lunes


  En enero del año 2011, una llamada telefónica me sacó del sofá: un viejo buen amigo me invitaba a pasar una temporada en su casa de Miami. “Acabo de conocer a una pareja de ancianos increíbles. Deberías hablar con ellos…”, dijo en aquella conversación.

   Partí para Miami, lejos del húmedo invierno gallego, pensando en compartir un tiempo especial con mi amigo y su familia y, de paso, conocer a esos ancianos que tanto le habían impresionado.

   Roberto Estopiñán y Carmina Benguría vivían absolutamente solos en un sencillo apartamento de Kendall, repleto de libros y obras de arte. Ambos pasaban de los noventa años y, a pesar de los achaques físicos propios de la edad, conservaban intactas sus capacidades intelectuales.




  En Roberto, escultor y dibujante considerado uno de los principales exponentes de las artes plásticas cubanas, me sorprendieron sus ojos, penetrantes y lúcidos; Roberto era una mirada sabia e irónica, insolente y benévola, pícara, a la vida. Y, a pesar del medio siglo que llevaba viviendo en los Estados Unidos, no había perdido ni un ápice de su habanera cubanía

  En una habitación en la que decía ver fantasmas, le vi moldear con sus manos el yeso que daría vida a la que el destino quiso fuera la última de sus esculturas. La luz del sol entraba por la ventana de la habitación, destacando la silueta de Roberto mientras lijaba la pieza. Era una imagen perfecta la del anciano escultor absolutamente absorto en el torso que estaba creando. Y en el aire de la habitación, flotando en la luz del sol, brillaban las partículas de yeso que le sobraban al cuerpo de mujer que él construía.




  Luego, días más tarde, le acompañé a la fundición, a recoger el yeso transmutado en bronce. Y allí le fotografié exultante, feliz, orgulloso de su nueva criatura, que resultó la última de su vida. 




  Y aún me deparaban sorpresas esos ancianos. En la esposa de Roberto, Carmina Benguría, descubrí a una preciada gloria de la época en que los teatros rebosaban de gente dispuesta a vibrar con la fuerza de la buena poesía.

  Pero Carmina resultó para mí algo más que la niña menuda que encandilara a Gabriela Mistral, a Pablo Neruda y a Juan Ramón Jiménez, entre tantas otras personalidades; resultó bastante más que la declamadora que a mediados del siglo XX enamorara a toda Hispanoamérica y fuera condecorada por los gobiernos de Cuba, España, Perú y Ecuador con sus máximas distinciones culturales; resultó mucho más que la mujer cinco décadas expatriada, fiel a sus convicciones espirituales, ardiente defensora del legado intelectual de José Martí. Carmina resultó para mí una amiga imprescindible.





  Regresé a España con la sensación de haber conocido a dos figuras entrañables. Y cada cierto tiempo les llamaba por teléfono, interesándome por su salud, contándoles mis avatares, aprendiendo de ellos. 

  En enero de 2015 me sorprendió la noticia de la muerte de Roberto y la gravedad de Carmina, ingresada en la sala de terapia intensiva de un hospital de Miami. Cuando logré localizarla por teléfono, Carmina en el hospital y yo en España, iniciamos una serie de conversaciones diarias en las que ella me contaba su estado y yo intentaba darle ánimos. 

  Luego, al ser internada Carmina en el Hogar de ancianos donde finalmente falleció, durante casi dos años continuaron nuestras confidencias telefónicas, que a menudo duraban horas. Así, un día comprendí que desde la soledad de su habitación Carmina estaba desnudando su vida, confiándome a corazón abierto todo lo aprendido en su largo e intenso peregrinar por este mundo.

  Fue entonces que le pedí permiso para llevar al papel sus confidencias. Y durante largos meses, quitándole muchas horas al sueño, pasé en limpio las grabaciones de nuestras conversaciones, contrasté la veracidad de las extraordinarias historias que ella me relatara, profundicé en su particular visión de la vida y el universo. Así se gestó el borrador de Solo el amor construye; título que, inspirado en una frase de José Martí, ella quiso tuviera la historia de su vida y de buena parte de la vida de Roberto.

  De esta manera, en noviembre de 2016, con el borrador del libro en las manos, viajé de nuevo a Miami. Durante un mes, en el Hogar de Ancianos donde ella vivía, compartimos un tiempo precioso y tomó forma definitiva la obra nacida de nuestros diálogos y confesiones.





  Carmina murió, absolutamente sola, en la noche del 14 de octubre de 2017. Y nos dejó la increíble historia de su vida plasmada en un libro que no deja indiferente a nadie.



  Esta obra, publicada por la editorial Distrito 93, es también el resultado de la inestimable colaboración de varios amigos entre los que considero imprescindible destacar a Yosel Oquendo Enríquez, Rosa Sunyer Manzano (Gamine), Belén Rojas Guardia y Yamil Díaz Gómez. Cada uno de estos amigos ha jugado, de una u otra manera, un importante papel en el proceso de creación de la misma. 

  Solo el amor construye puede adquirirse en España en El Corte Inglés y La Casa del libro, entre otras librerías. También se puede solicitar por internet el envío a casa a través de la Librería Agapea (www.agapea.com) poniendo en el buscado “Carmina Benguria”, o pidiendo el ejemplar directamente a la Editorial Distrito 93 (www.distrito93.com).

  Los que viven fuera de España, pueden encontrar el libro en las páginas de Ebay (www.ebay.es), Amazon (www.amazon.es) y CELESA (www.celesa.com).


Valoraciones de SOLO EL AMOR CONSTRUYE en la prensa